miércoles, 21 de agosto de 2013

Reconquista de Buenos Aires (1806)

Las invasiones inglesas, Carlos Roberts

p. 185

Un factor de gran influencia en las operaciones, desde la salida de Liniers de Montevideo, el 23 de julio, hasta la reconquista el 12 de agosto, fue el temporal sudeste que duró casi continuamente y retardó los movimientos, tanto por tierra como por agua, y tanto de la tropa de Liniers como de la de Beresford. Por tierra atrasó mucho la marcha de Liniers desde Montevideo a la Colonia, y luego desde Las Conchas hasta Buenos Aires. A Beresford le impidió salir de Buenos Aires para batir a Liniers antes de que llegara a la ciudad, y después le impidió abandonar la ciudad y marchar a la Ensenada para embarcarse. Por agua hizo muy precarias las comunicaciones entre Beresford y la Escuadra e impidió que Beresford embarcara a las mujeres, la impedimenta, etcétera, el día 11, cuando tuvo el propósito de abandonar la plaza para marchar a Ensenada.

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Al ver que tropa del regimiento 71 salía del Cabildo y de la Catedral, camino a la recova, Pueyrredón que estaba cerca con un pelotón de su gente a caballo, cargó resueltamente sobre ellos, tomándole a uno de los gaiteros la banderola de su gaita, la que está ahora en el Museo Histórico. El regimiento 71 tenía sólo dos gaiteros, agregados a la compañía de granaderos, y la banderola que tomó Pueyrredón era del gaitero de órdenes del teniente coronel Pack. La otra banderola la obtuvo, on sabemos cómo, el mayor chileno Santiago Fernández de Lorca, a la sazón de paso por Buenos Aires, y, años después, fue regalada por el señor Santiago Lorca al comandante en jefe del ejército británico, el duque de Cambridge.



p. 194
Los testigos ingleses describen aquello como un infierno, pues, al cesar el fuego inglés todo el mundo, desde las casas y las calles adyacentes, como movidos por un resorte se vinieron como una avalancha hasta el mismo fuerte, llenando la plaza y gritando "a cuchillo". Los ingleses, por supuesto, teniendo izada bandera de parlamento, no hacían fuego, y habían supuesto que sus enemigos serían igualmente correctos y no se moverían de sus posiciones. Beresford se subió a la muralla a gritarles que se retiraran, ordenando al mismo tiempo a su gente que formaran más atrás de la muralla para no ser tentados de abrir el fuego de metralla y fusilería, que ya muchos querían hacer. También cruzó Beresford algunas palabras en francés con Mordeille, que también había llegado al foso. De la Quintana, al entrar al fuerte, se llegó al lado de Beresford y con él trató de hacer retirar a los atacantes, pero sin éxito, y el capitán Patrick, que estaba cerca, creyendo así apaciguar la algarabía, tiró su sable de la muralla al foso, donde lo recogió Mordeille, y de la Quintana, sacándose la faja, le pidió la devolviera, lo que hizo atándola a la punta de la faja. La gente de afuera no se retiraba y empezaron a gritar que izaran la bandera española; en vista de esto, de la Quintana, como última tentativa para evitar que la gente escalara la pared, lo que ya habían empezado a hacer algunos, y se hiciera allí una carnicería, recomendó a Beresford accediera, diciendo que Liniers, como caballero, en esas circunstancias no lo tomaría en cuenta como una rendición. Beresford accedió, pero dijo que no había ninguna bandera española en el fuerte, y de la Quintana así lo manifestó a los atacantes, cuando un marinero desde la fosa gritó que él traía una, la que tiró a la muralla e instantes después fue izada por orden de Beresford en el lugar de la bandera blanca. Con esto, y entre vivas y empujados por una compañía de línea que vino formada, se apaciguó la gente y se retiraron a una cierta distancia.

Después hubo una relativa calma y viendo que se acercaba Liniers, de la Quintana le pidió a Beresford manifestara si prefería invitar a Liniers a que entrara al fuerte o si prefería salir a verlo en la plaza. Beresford decidió salir para hablar con Liniers, que estaba esperando a unos cincuenta metros, después de haber hecho lo posible para imponer un poco de orden. Beresford salió con de la Quintana, a quien se agregaron Mordeille, Concha y Córdoba, que acababan de llegar, y escoltado por la compañía de línea, llegó hasta Liniers, quien lo abrazó y felicitó por su defensa. Beresford le explicó en francés, por qué había izado la bandera española,y se quejó del proceder de la tropa española. Liniers le agradeció su paciencia, disculpando a su gente por su falta de conocimiento de las leyes de la guerra. Después, en pocas palabras, y en vista del modo anormal en que se habían desarrollado los sucesos, quedó convenido entre ambos que se haría entrega del fuerte, saliendo la tropa con los honores de la guerra para entregar sus armas en el Cabildo, para considerarse después a los ingleses como prisioneros de guerra y canjearlos inmediatamente por el ejército de Sobremonte, en ese momento prisionero de los ingleses bajo palabra. Los ingleses, entonces, se embarcarían para Inglaterra, debiendo estas condiciones ser escritas y firmadas en oportunidad. [...]

Rendición de Beresford

Luego volvió Beresford al fuerte, formó su tropa, unos 1.300 hombres, les dirigió unas palabras y, a las tres de la tarde, ésta marchó al Cabildo con banderas desplegadas, entre dos filas de tropas españolas. En el Cabildo la esperaban Liniers y Beresford, que presenciaron la entrega de las banderas y de las armas. Los oficiales retuvieron sus espadas, y después de firmar en un libro, dando su palabra, volvieron al fuerte a dormir. Los soldados fueron escoltados a diversos cuarteles.

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