sábado, 24 de agosto de 2013

Surrender at Yorktown (1781)

George Washington in the American Revolution (1775-1783)
James Thomas Flexner

p. 459
In his grotto, Cornwallis received a letter from Washington outlining surrender terms. One sentence filled his heart with dismay. To forseeable propositions, Washington had added: "The same honors will be granted to the surrendering army as were granted to the garrison of Charleston."

When General Lincoln had been forced to surrender at Charleston, Clinton had expressed his disdain for the rebels by refusing to grant the "honors of war" traditionally accorded a defeated army which had fought well. If Washington were to insist on retaliation, the British could not march out of Yorktown with their colors flying -the colors would have to be "cased" as Lincoln's had been. And the garrison, as they advanced to the surrender ceremony, would be further disgraced by being forbidden to pay the victors the compliment of playing a French or an American march. They would be shamefully restricted to march natural to their own army, either English or German. Thus to apply to the professionals in Yorktown what Clinton had thought suitable for American amateurs and barbarians, would disgrace Cornwallis and his officers before all civilized Europe. The British command could only hope that their French opponents would not permit this to happen. Surely, as true soldiers and European gentlemen, the French would realize that equating Cornwallis's sophisticated force with Lincoln's rabble was bizarre.

[...]

The surrender ceremony was set for two in the afternoon of September 19, 1781. It was a clear autumn day with an exhilarating nip of chill; the trees had hardly started to turn brown. On both sides of a main road out of Yorktown, the allies drew up their armies, each two ranks deep: the Americans on the right side, the French on the left. The narrow passage between the files was a half-mile long. A the far end, the general officers waited on horseback: Washington and Rochambeau, Chastellux and Lincoln, and many other. [...]

For a while, the bands played: the French "magnificently", the Americans "moderately well". Then a nervous silence sank over the conquering armies. Finally, from a distance, approaching music could be heard. The tune was slow, melancholy: Washington recognized "The World Turned Upside Down."

 [...]

As the Britons and Hessians moved between the contrasting lines, the band still playing its melancholy air, the officers ordered their men to turn their heads to the right, acknowledging their French conquerors, ignoring the American. Lafayette, who had stationed himself proudly beside the tattered division, shouted an order. A fife and drum corps broke into the puckish irreverence of the tune the French called "Janckey-Dudle." The British were startled into looking at the men who were to reap the true advantage from victory.

As the head of the surrendering column approached closer, Washington stared with puzzlement at the enemy commander. The American could have little idea of what Cornwallis looked like, but surely the Earl was not young and Irish of feature, did not look so much like a buck from the gambling halls. The man, indeed, bore the insignia of only a brigadier general. Coming to the end of the long troop-lined passage, the British leader turned his horse toward the French general officers, rode up, and asked which one was Rochambeau.

Divining the brigadier's intention of offering his sword to the French commander, Dumas, interposed. "You are mistaken. The Commander in Chief of our army is on the right."

The British officer was forced to turn and ride over to Washington. He explained that Earl Cornwallis was indisposed: he was Brigadier General Charles O'Hara. He offered Washington his sword.

Washington refused it. Since the British had chosen to send a subordinate, one of Washington's subordinates would accept the surrender and give orders to the surrendered army. Washington indicated General Lincoln (whose capture at Charleston was being avenged). With the nonchalance of an aristocratic gambler whose chips have been gathered up from the board, O'Hara went through the ceremony with Lincoln.

 Surrender of Lord Cornwallis at Yorktown, by John Trumbull 

From Wikipedia (http://en.wikipedia.org/wiki/Surrender_of_Lord_Cornwallis):
In the center of the scene, American General Benjamin Lincoln appears mounted on a white horse. He extends his right hand toward the sword carried by the surrendering British officer, General Charles O'Hara, who heads the long line of troops that extends into the background. To the left, French officers appear standing and mounted beneath the white banner of the royal Bourbon family. On the right are American officers beneath the Stars and Stripes; among them are the Marquis de Lafayette and Colonel Jonathan Trumbull, the brother of the painter. General George Washington, riding a brown horse, stayed in the background because Cornwallis himself was not present for the surrender. The Comte de Rochambeau is on the left center on a brown horse.

jueves, 22 de agosto de 2013

Invasiones inglesas - Después de la Reconquista (1806)

Las invasiones inglesas, Carlos Roberts

p. 227
El 7 de noviembre, Liniers escribe a Beresford, en Luján, una carta que llevó su edecán de la Quinana "amigo de V. S." junto con los sueldos de los oficiales ingleses [...]

Como se ve, Liniers, de acuerdo con el derecho de guerra pagaba a los prisioneros sus sueldos, a cuenta del gobierno inglés.

El 1º de diciembre, Liniers le manda el dinero para las mujeres e hijos de los soldados. (Todas estas cartas las llevan los oficiales de la Quintana, Rodríguez Peña y Olavarría, todos amigos de Beresford).


miércoles, 21 de agosto de 2013

Reconquista de Buenos Aires (1806)

Las invasiones inglesas, Carlos Roberts

p. 185

Un factor de gran influencia en las operaciones, desde la salida de Liniers de Montevideo, el 23 de julio, hasta la reconquista el 12 de agosto, fue el temporal sudeste que duró casi continuamente y retardó los movimientos, tanto por tierra como por agua, y tanto de la tropa de Liniers como de la de Beresford. Por tierra atrasó mucho la marcha de Liniers desde Montevideo a la Colonia, y luego desde Las Conchas hasta Buenos Aires. A Beresford le impidió salir de Buenos Aires para batir a Liniers antes de que llegara a la ciudad, y después le impidió abandonar la ciudad y marchar a la Ensenada para embarcarse. Por agua hizo muy precarias las comunicaciones entre Beresford y la Escuadra e impidió que Beresford embarcara a las mujeres, la impedimenta, etcétera, el día 11, cuando tuvo el propósito de abandonar la plaza para marchar a Ensenada.

p. 193
Al ver que tropa del regimiento 71 salía del Cabildo y de la Catedral, camino a la recova, Pueyrredón que estaba cerca con un pelotón de su gente a caballo, cargó resueltamente sobre ellos, tomándole a uno de los gaiteros la banderola de su gaita, la que está ahora en el Museo Histórico. El regimiento 71 tenía sólo dos gaiteros, agregados a la compañía de granaderos, y la banderola que tomó Pueyrredón era del gaitero de órdenes del teniente coronel Pack. La otra banderola la obtuvo, on sabemos cómo, el mayor chileno Santiago Fernández de Lorca, a la sazón de paso por Buenos Aires, y, años después, fue regalada por el señor Santiago Lorca al comandante en jefe del ejército británico, el duque de Cambridge.



p. 194
Los testigos ingleses describen aquello como un infierno, pues, al cesar el fuego inglés todo el mundo, desde las casas y las calles adyacentes, como movidos por un resorte se vinieron como una avalancha hasta el mismo fuerte, llenando la plaza y gritando "a cuchillo". Los ingleses, por supuesto, teniendo izada bandera de parlamento, no hacían fuego, y habían supuesto que sus enemigos serían igualmente correctos y no se moverían de sus posiciones. Beresford se subió a la muralla a gritarles que se retiraran, ordenando al mismo tiempo a su gente que formaran más atrás de la muralla para no ser tentados de abrir el fuego de metralla y fusilería, que ya muchos querían hacer. También cruzó Beresford algunas palabras en francés con Mordeille, que también había llegado al foso. De la Quintana, al entrar al fuerte, se llegó al lado de Beresford y con él trató de hacer retirar a los atacantes, pero sin éxito, y el capitán Patrick, que estaba cerca, creyendo así apaciguar la algarabía, tiró su sable de la muralla al foso, donde lo recogió Mordeille, y de la Quintana, sacándose la faja, le pidió la devolviera, lo que hizo atándola a la punta de la faja. La gente de afuera no se retiraba y empezaron a gritar que izaran la bandera española; en vista de esto, de la Quintana, como última tentativa para evitar que la gente escalara la pared, lo que ya habían empezado a hacer algunos, y se hiciera allí una carnicería, recomendó a Beresford accediera, diciendo que Liniers, como caballero, en esas circunstancias no lo tomaría en cuenta como una rendición. Beresford accedió, pero dijo que no había ninguna bandera española en el fuerte, y de la Quintana así lo manifestó a los atacantes, cuando un marinero desde la fosa gritó que él traía una, la que tiró a la muralla e instantes después fue izada por orden de Beresford en el lugar de la bandera blanca. Con esto, y entre vivas y empujados por una compañía de línea que vino formada, se apaciguó la gente y se retiraron a una cierta distancia.

Después hubo una relativa calma y viendo que se acercaba Liniers, de la Quintana le pidió a Beresford manifestara si prefería invitar a Liniers a que entrara al fuerte o si prefería salir a verlo en la plaza. Beresford decidió salir para hablar con Liniers, que estaba esperando a unos cincuenta metros, después de haber hecho lo posible para imponer un poco de orden. Beresford salió con de la Quintana, a quien se agregaron Mordeille, Concha y Córdoba, que acababan de llegar, y escoltado por la compañía de línea, llegó hasta Liniers, quien lo abrazó y felicitó por su defensa. Beresford le explicó en francés, por qué había izado la bandera española,y se quejó del proceder de la tropa española. Liniers le agradeció su paciencia, disculpando a su gente por su falta de conocimiento de las leyes de la guerra. Después, en pocas palabras, y en vista del modo anormal en que se habían desarrollado los sucesos, quedó convenido entre ambos que se haría entrega del fuerte, saliendo la tropa con los honores de la guerra para entregar sus armas en el Cabildo, para considerarse después a los ingleses como prisioneros de guerra y canjearlos inmediatamente por el ejército de Sobremonte, en ese momento prisionero de los ingleses bajo palabra. Los ingleses, entonces, se embarcarían para Inglaterra, debiendo estas condiciones ser escritas y firmadas en oportunidad. [...]

Rendición de Beresford

Luego volvió Beresford al fuerte, formó su tropa, unos 1.300 hombres, les dirigió unas palabras y, a las tres de la tarde, ésta marchó al Cabildo con banderas desplegadas, entre dos filas de tropas españolas. En el Cabildo la esperaban Liniers y Beresford, que presenciaron la entrega de las banderas y de las armas. Los oficiales retuvieron sus espadas, y después de firmar en un libro, dando su palabra, volvieron al fuerte a dormir. Los soldados fueron escoltados a diversos cuarteles.

lunes, 19 de agosto de 2013

Buenos Aires - 1806

Las invasiones inglesas, Carlos Roberts

p. 130
Las calles perpendiculares al río, con excepción de las de Rivadavia y Victoria, no tenían el declive que ahora tienen para bajar desde 25 de mayo y Balcarce al río, sino que mantenían su natural barranca a pique, quedando entonces, esa última cuadra, como terreno baldío y donde, después de la defensa de 1807, eran enterrados los soldados ingleses caídos en las inmediaciones. El río llegaba a las actuales avenidas Alem (llamada entonces La Alameda) y la de Colón.

La actual plaza de Mayo estaba cortada en dos por una recova en la línea de la calle Defensa, y allí había una cantidad de pequeños negocios. La parte que quedaba frente al fuerte, se denominaba plazoleta del Fuerte, y la que quedaba frente al Cabildo, plaza Mayor. El fuerte, residencia del virrey, ocupaba el lugar donde hoy está la Casa Rosada. Sobre la plaza Mayor estaba la Catedral, entonces sin frontispicio, y el Cabildo, que también servía de cárcel. Además, frente a ambas plazas, había un número de casas de dos pisos que, se comprobó en la reconquista, dominaban al fuerte.

[...]

Había tres grandes cafés que, a falta de diarios, eran el centro de las noticias; el Catalanes, esquina San Martín y Cangallo; el de Mallcos, esquina de Bolívar y Alsina, y la fonda de las Tres Naciones, esquina de Bolívar y Victoria. la mejor fonda era la de Los Tres Reyes, cerca del fuerte y en la calle 25 de Mayo, entonces Santo Cristo.



lunes, 12 de agosto de 2013

Invasiones Inglesas - Tropas 03 (1806)

Las invasiones inglesas, Carlos Roberts

p. 119
Para mantener viva la tradición de los cuerpos, que a menudo habían sido originalmente de propiedad de algún personaje, cada batallón llevaba, como hoy, dos banderas, la del rey o nacional, y la privativa del regimiento, generalmente del color de los vivos de cada uno, y bordadas con el número del mismo y con las batallas o campañas en que hubiese participado y que, como distinción especial, el rey autorizaba, como lo hizo en el caso de los regimientos 38, 40, 87, y 95, que se distinguieron en el asalto de Montevideo en 1807, y que llevan bordada la palabra Montevideo en la bandera del regimiento. Un ejemplo a propósito es el de las dos banderas del primer batallón del 71 (el segundo batallón estaba en Escocia), que fue tomado en la Reconquista. Las dos banderas, ahora en la iglesia de Santo Domingo, son: una, la nacional, y la otra, la del regimiento, de color amarillento (ante), que era el de los vivos del uniforme de ese cuerpo. La existencia de dos banderas hizo creer a muchos, entre otros a Mitre, en un informe pedido por el intendente Torcuato de Alvear, que el cuerpo de Pack era un regimiento de dos batallones, cada uno con una bandera.

Banderas británicas tomadas en la reconquista

p. 121
Los regimientos de línea de escoceses llevaban una especie de banda lisa de gaiteros, su música nacional, pero la infantería ligera escocesa, de la que formaba parte el regimiento 71, sólo llevaba dos gaiteros. En el tubo que apoya sobre el hombro, la gaita llevaba una banderola, miniatura de la bandera del regimiento. Una de las del regimiento 71 fue tomada por Pueyrredón en la plaza, y está depositada en el Museo Histórico.

p. 223
De las seis banderas tomadas en la Reconquista, las dos del regimiento 71, la del batallón de infantería de marina y la que estaba enarbolada en Retiro fueron entregadas al convento de Santo Domingo por Liniers, con mucha pompa militar, el día 24 de agosto, según su promesa, y dedicadas a N. S. del Rosario. Fueron enviadas al convento de Santo Domingo en Córdoba, la bandera del batallón de Santa Elena y la que flameaba en el fuerte, también dedicadas a N. S. del Rosario.

De las banderolas de los dos gaiteros del regimiento 71, una fue entregada por Pueyrredón a la Catedral (ahora depositada en el Museo Histórico) y la otra la llevó el capitán Lorca a Chile, siendo regalada, muchos años después, por un descendiente al gobierno inglés.

p. 238
En cuanto a las banderas inglesas tomadas, eran en verdad del rey, y el virrey debería haber dispuesto su destino, pero Liniers las entregó a la iglesia de Santo Domingo, en cumplimiento de un voto anterior.


Para quien quiera saber un poco más de este tema, dejo estos links sobre heráldica en las invasiones inglesas:
http://heraldicaargentina.blogspot.com.ar/2010/08/heraldica-en-las-invasiones-inglesas-i.html
http://heraldicaargentina.blogspot.com.ar/2010/08/heraldica-en-las-invasiones-inglesas-ii.html
http://heraldicaargentina.blogspot.com.ar/2010/08/heraldica-en-las-invasiones-inglesas.html

domingo, 11 de agosto de 2013

Invasiones Inglesas: Tropas 2 (1806)

Las invasiones inglesas; Carlos Roberts

p. 117
Tampoco debe olvidarse que, para el rancho, había que hacer provisión para 60 mujeres y sus hijos, por batallón, pues cada compañía permitía que seis soldados se casaran, y estas mujeres seguían al cuerpo. El 71 vino a Buenos Aires con 60 mujeres y 40 niños, los que aumentaron algo durante su estada en esta ciudad y en las provincias donde sus madres siguieron a los maridos prisioneros.

p. 118
La tropa era enganchada por largos períodos y, a veces, por toda la vida, perteneciendo a las capas más inferiores de la sociedad, cuando no eran sacados de las cárceles. Entre ellos había algunos extranjeros, en parte desertores, especialmente del ejército francés, donde había contingentes de todos los países sometidos a Napoleón, y en parte prisioneros, que optaban por cambiar de bandera. También había batallones compuestos enteramente de extranjeros, y en las guerras napoleónicas, hasta de franceses realistas, con sus propios oficiales. En 1803 tenía el ejército inglés regimientos enteramente compuestos de franceses, alemanes, holandeses, suizos, corsos, menorquinos, malteses, austríacos, italianos, griegos, y albaneses.

p. 122
En esa época, los prisioneros tomados por los diversos países beligerantes se canjeaban, por intermedio de comisarios destacados al efecto, en cualquier momento. Durante la guerra de la península (1808-1814), estaba establecida con el ejército francés la siguiente escala de valores para facilitar el canje: soldado, uno; clase, dos soldados; alférez, tres soldados; teniente, cuatro soldados; capitán, seis soldados; jefe, ocho soldados; coronel, quince soldados; mayor general, veinte soldados; teniente general, treinta soldados; general, cuarenta soldados y mariscal, sesenta soldados.

jueves, 8 de agosto de 2013

Invasiones Inglesas; consejo de guerra 13-jun-1806

Las invasiones inglesas; Carlos Roberts

pp. 115-116
El 13 de junio llegó el grueso de la escuadra frente a Montevideo, uniéndose con la Narcissus. Hubo a bordo un consejo de guerra para decidir si se atacaría primero a Montevideo o a Buenos Aires, pues se entendía que con la fuerza que había se podría tomar uno después del otro. Beresford opinó que debía atacarse a Montevideo por un golpe de mano, por ser el más fácil de tomar y ser la llave del Río, la base para seguir el ataque a Buenos Aires y el más fácil para retener, es decir, por razones militares. Popham, al contrario, opinó en favor de Buenos Aires, en general por razones políticas, y arrastró con él a casi todo el consejo, la mayoría capitanes de buques. El comodoro dijo que debía tomarse la capital, pues eso sería de gran efecto sobre todo el país, incluso Montevideo. Como argumento práctico, alegó que la escuadra carecía de todo, especialmente de galleta, y que creía más fácil tomar a Buenos Aires para surtirse luego de todo allí, y que si se atacaba a Montevideo podrían fracasar y, entonces, estarían en muy mala posición en cuanto a provisiones. Además, dijo que Montevideo, con sólo bloquearla, pronto se entregaría. Lo que no consta en el acta es el hecho de saberse que los tesoros del rey estaban en Buenos Aires, y que eso debe haber sido el punto decisivo en favor de Buenos Aires.

miércoles, 7 de agosto de 2013

Invasiónes inglesas - Tropas 01 (1806)

Las invasiones inglesas, Carlos Roberts

pp. 108-109
La tropa que salió para el Río de la Plata era la siguiente: Primer batallón del regimiento 71 (Highland Light Infantry o sea Cazadores Escoceses) a las órdenes del teniente coronel Denis Pack, 23 oficiales, 857 de tropa más 60 mujeres y 40 criaturas; del 20 de Dragones, un capitán y seis de tropa; artillería, cuatro piezas de seis libras, con un capitán, un teniente y 34 de tropa; y en el comando, el general de brigada Guillermo Carr Beresford, el mayor de brigada Deane, el cuartel-maestre capitán Patrick, el edecán alférez Gordon, el cirujano Forbes; el enfermero Halliday, el intendente Hill y el secretario capitán de ingenieros Kennett; en total 1.040 personas.


p. 111
Como dijimos, zarpó la expedición del Cabo el 14 de abril de 1806. [...] La escuadra ancló en Santa Elena el 29 de abril.

Allí se pusieron a prueba las bien conocidas condiciones persuasivas de Popham, quien consiguió que el gobernador Patton le hiciera un préstamo de tropas pertenecientes a la compañía de las Indias Orientales, con la expresa condición de que le serían devueltas inmediatamente después de conquistarse el Rio de la Plata. Esta tropas fueron las siguientes: Artillería, un oficial y 102 de tropa con dos obuses de cinco y media pulgada; infantería, 9 oficiales y 174 de tropa; un total de 286, todo bajo el mando del teniente coronel y vicegobernador de la isla, Lane. Debe notarse que esta tropa no era del ejército y que era muy heterogénea en cuanto a la nacionalidad, por lo que hubo muchas deserciones, y muy inferior al 71, que era un cuerpo excelente en todo concepto.




lunes, 5 de agosto de 2013

Política de William Pitt sobre la independencia de Sudamérica

Las Invasiones Inglesas, Carlos Roberts
(C) Emecé Editores S.A., 2000
ISBN 950-04-2021-X

pp. 43-44
Pitt, tan pronto tomó las riendas del pueblo inglés, vio que el porvenir de su país estaba en el comercio exterior, y que para ese fin tenía ya en sus manos sus nuevas y grandes industrias y su marina mercante, dotada de excelentes tripulaciones, sin contar ricos banqueros de largas miras. El resultado de la guerra de independencia de los Estados Unidos lo convenció del mal negocio que sería tratar de establecer nuevas colonias en América.
[...]
... las guerras europeas de la Revolución y luego las napoleónicas por un lado, y por otro, las restricciones españolas en cuanto a su inmenso imperio y que limitaba su comercio a una fracción de lo que debía ser, convencieron a Pitt que lo esencial para el bienestar inglés, era la independencia de las colonias españolas. Pitt gobernó con su partido tory (conservador) desde 1783 hasta 1801, y luego entre 1804 y 1806, cuando murió (enero 23), y en todos los años de su gobierno jamás se apartó de esta idea fundamental. Es verdad que la primera invasión a Buenos Aires, en junio de 1806 (después de la muerte de Pitt), fue atribuida por Popham, a sugestiones de Pitt, pero como se verá, no fue así, y la segunda invasión, de 1807, fue dispuesta por el gabinete whig (liberal), que sucedió al de Pitt, y en contra de los principios de los tories; tan así que, derrotado el gobierno whig (en abril de 1807) y al recibirse por el nuevo gobierno tory (en que estaban Canning y Castlereagh) la noticia del desastre de Whitelocke, se resolvió enviar en 1808 una tercera expedición, a cargo del futuro duque de Wellington, de Beresford y del precursor de la independencia, Miranda, con miras a la independencia de las colonias españolas, y no a su conquista. Como se verá, esta expedición tuvo que ser desviada a la península para auxiliar al levantamiento contra Napoleón, pero el gobierno inglés siguió la idea de Pitt hasta el final reconocimiento de la independencia de Buenos Aires por Canning en 1824, aunque por fuerza tuvo que disimular sus principios oficialmente, durante la alianza con España contra Napoleón (guerra de la península, 1808-1814).